Miercoles 5 de Enero de 2011

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Postales

UN BAR Y
SU GENTE

bar de pueblo.jpg CAFETIN

por Osvaldo Martinez

Era uno de los últimos en irse. “El Guille” no tenía horario fijo por su laburo de plomero. Daba lo mismo verlo en la mesa de chinchón con corte menos de tres o de la escoba a menos, temprano a la mañana o a la noche tarde, entreverado en la de tutte o truco de seis.

Siempre tenía una respuesta a mil preguntas y en casi todos los casos acertaba con sus dudas. Nosotros, los de la banda burrera, cada dos por tres nos sacábamos el sombrero y lo felicitábamos porque nos cantaba quien iba con quien y hasta metía algunos números bien raros, especialmente en el Bosque. Los malos y los que no lo querían comentaban que la mujer era analista de no sé qué y que le abría una página del Internet, algo así como campana de no sé cuánto y sacaba los bombazos que pronosticaban esos cosos.

La cuestión que el tipo nos venía advirtiendo que le iban a sacar la “Poli” y las fuerzas de seguridad a Fernández, nunca me acuerdo el nombre, el que le dicen el “Bigotón”, el que es hincha de Quilmes. De pronto “La Garré” al tope del marcador. Ni hablar de las tomas de tierras, me acuerdo como si fuera hoy, que cuando perdimos contra Alemania, el “hombre” ya lo sabía. Una fija de $ 2.20 y $ 2.10. Lo del mundial fue increíble, porque se ganó como cuatro gambas cuando daba cien a veinte por Quatar. Y así infinidad de aciertos…

A veces pensábamos que el “El Guille” Gutiérrez soñaba las cosas, las tiraba y si salían, salían. Cuando faltaban ocho fechas para el final del torneo, al único que felicitaba era al “Colorado” Benicto, que vivía a dos cuadras del boliche, pero que se tomaba el tren a La Plata todos los días para ver los entrenamientos de Estudiantes. De la tercera…

Era observador, sagaz, y cuando sacaba una gamba del bolsillo, para jugártela a cualquier cosa, dando usura, mejor que ni te movieras, porque te dejaba sin un mango.

Te digo más… no lo hacía muy seguido, pero cuando a alguien le pasaba algo en la mesa de juego, enseguida te lo solucionaba. Por supuesto que nunca lo llevé a la práctica, pero al Negro Juarez le sacó una astilla del dedo con un limón cortado al medio. El dolor de estómago te lo volaba con un trago de ginebra, fernet y whisky y una cabeza de ajo y el hipo, mirando fijo un vaso dado vuelta sin respirar, por un buen rato. En joda le habíamos puesto “El Dotor”.

En el bar, donde se jugaba a todo, había mesa de carreras, la nuestra, de futbol, un par de locos, locos por los fierros, la más peligrosa, la del dominó, porque siempre volaba una ficha temeraria y de los otros. En una de ellas siempre se encontraban cuatro flacos. Tipos normales, picada de por medio, se jugaban un truquito con revancha y bueno, un par de tutes a tres porotos, garpaban y se esfumaban. Los mismos malos, decían que eran unos giles de cuarta. Unos tarambanas…

Nunca un entredicho, nunca una discusión, y nunca un comentario medio como para saber qué hacían de sus vidas. Eso sí desde julio aparecían poco y a medida que pasaban los días, las semanas y los meses se los veía cada vez más cansados, ojerosos, preocupados. Y más que nunca secreteros, si se puede decir esa palabra. “El Guille” decía que estarían jugando al tenis, en dobles se ponen la mano en la boca, como comiéndose la pelotita, para comentar y programar la próxima jugada, con su compañero.

Y llegó Navidad y Año Nuevo. Los muchachos compartían más que nunca el mejor lugar de encuentro. Ese bar desbordaba por los cuatro costados.

Pasaron las fiestas, el 24 y el 25 que hubo carreras y el 31 y el 1 que también hubo carreras. Algunos se fueron de vacaciones y los que quedamos, aparecimos otra vez en el boliche el lunes 3. Listos para abrir una sidrita con los amigos de siempre.

A eso de las ocho de la noche, truco de seis a matar y no morir y de pronto entran los cuatro. Fue entonces cuando por lo bajo, dijo: “Se hicieron millonarios. Están inmensamente felices. Tienen cara de superados, muy mal dormidos, por momentos tratan de sonreír y en otros tienen un rictus próximo al haber salido de una brava. De haber zafado del precipicio. De haber estado con el demonio mano a mano…”

Nadie le dio mucha bola porque justo en la mesa de dominó, el Gallego Pérez puso en juego una ficha equivocada y su compañero, el “Japonés” casi le parte una botella en la cabeza. Pero todo lo que había dicho, mientras los tipos se sentaban, era casi extraído de una película, raro, incongruente, poco creíble, pero… vaya que me dejó preocupado.

Estaban por dar las once y media de la noche. Habíamos quedado “El Guille”, yo, y “El Panza”, que sabía bien de los Sueldo y aseguraba un varios cuerpos para el potrillo que corría el clásico al otro día en el Bosque. Paga poco pero no puede perder, decía a los cuatro vientos. Mientras los cuatro fulanos, como nunca, le seguían dando a la cerveza y jugando al tutte.

Cuando me quedé solo con “El Dotor”, la idea de que los tipos eran millonarios de la noche a la mañana me seguía dando vueltas a la cabeza, me le tiré de una a la yugular. Maestro, en voz baja, ¿porqué dijo que eran millonarios…hoy?.

Tras el último sorbo del último vaso de ginebra, me miró fijo y cantó firme y sonoro, casi en media lengua, para que escuche yo solo:

“Mirales las manos, las uñas carcomidas, lijadas, teñidas por dentro con un negro imposible de sacar. El de la derecha tiene quemada una de las manos y en la cara se nota que estuvo usando una máscara y no creo que haya estado haciendo buceo. Y a los otros dos, seguro que no le salieron ampollas por todos lados de tanto orejear las cartas de truco”

Descontrolado, casi sin entender una sota de lo que me estaba diciendo, lo acusé con un terminante “el rubio tiene las manos y la cara perfecta”.

Es el único que sabe manejar, me contestó.

A las doce arrancó el informativo. Apenas si se escuchaba y apenas si se veía por el televisor color, casi blanco y negro, colgado al lado del billar.

Era la noticia del día. Habían choreado en el Banco Provincia, de Belgrano. Unos “Tíos” se habían pelado como 200 cajas de seguridad. En ese momento éramos siete en el bar, con “Cuadrero”, tomabas un café con tres medialunas o un vermouth con uno de salame y queso y siempre te salía lo mismo, que había quedado para cerrar el boliche. No volaba una mosca. Nosotros petrificados y los “muchachos” con cara de poker dejaron de jugar. Se miraron, le dieron dos gambas al pibe, con fortuna de propina incluída y se fueron a la camioneta que habían estacionado en la puerta. No sin antes, desearnos felices fiestas…

Ni una palabra. Miré por el vidrio que el rubio se metía en el volante y se fueron.

Hace tres días que no voy al boliche. Incluso le tengo que llevar unos maguitos al “Ruso” por el triunfo de Storm Cuentero. Pero la verdad no me animo.

Es que “El Guille” no se equivoca nunca…

 

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Hay 3 comentarios:
  • #1 - vasco

    muy bueno!!!!!

    20/01/2011 14:28 hs.

  • #2 - Luis

    Recién hoy lo leo. Trordinario! Para mandarlo a Clarín, Nación y demás deudos para ver si lo aprovechan.

    09/01/2011 09:26 hs.

  • #3 - alejo

    jajja un crack

    07/01/2011 02:26 hs.

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